La vibración del sonido atraviesa las paredes, recorre la mesa,
luego el marco de ventana y por fin mi dedo. Esos distradictos. Esos
concentrafóbicos. El viejo George Orwell lo entendió todo al revés. El
Gran Hermano no está mirando. Está cantando y bailando. Está sacando
conejos de una chistera. El Gran Hermano está ocupado en reclamar tu
atención a cada momento que pasas despierto. En asegurarse de que
siempre estés distraído. En asegurarse de que permanezcas abstraído.
En asegurarse de que se te marchite la imaginación. Hasta que sea tan
útil como tu apéndice. En asegurarse de que tu atención siempre está
ocupada.
Y esta forma de ser alimentado es peor que ser observado. Si el mundo
te mantiene siempre ocupado, nadie tiene que preocuparse por lo que
tienes en mente. Si la imaginación de todo el mundo está atrofiada,
nadie más será nunca una amenaza para el mundo.
Me abro con el dedo un botón de la camisa y me meto la corbata dentro. Con la barbilla pegada al nudo de la corbata, introduzco con las pinzas una ventanita de cristal dentro de cada uno de los marcos. Usando una cuchilla, corto las cortinas de plástico en fragmentos más pequeños que un sello de correos, cortinas azules para el piso de arriba, amarillas para la planta baja. Pego las cortinas, algunas abiertas y otras cerradas. Hay cosas peores que descubrir a tu mujer y tu hijo muertos. Puedes ver cómo los mata el mundo. Puedes ver cómo tu mujer envejece y se aburre. Puedes ver a tus hijos descubriendo todas las cosas del mundo de las que has intentado salvarlos. Las drogas, el divorcio, el conformismo, las enfermedades. Todos los bonitos libros, la música, la televisión. Las distracciones.
Me abro con el dedo un botón de la camisa y me meto la corbata dentro. Con la barbilla pegada al nudo de la corbata, introduzco con las pinzas una ventanita de cristal dentro de cada uno de los marcos. Usando una cuchilla, corto las cortinas de plástico en fragmentos más pequeños que un sello de correos, cortinas azules para el piso de arriba, amarillas para la planta baja. Pego las cortinas, algunas abiertas y otras cerradas. Hay cosas peores que descubrir a tu mujer y tu hijo muertos. Puedes ver cómo los mata el mundo. Puedes ver cómo tu mujer envejece y se aburre. Puedes ver a tus hijos descubriendo todas las cosas del mundo de las que has intentado salvarlos. Las drogas, el divorcio, el conformismo, las enfermedades. Todos los bonitos libros, la música, la televisión. Las distracciones.
A toda esa gente a quien se le ha muerto un hijo tienes ganas de decirles: adelante. Culpaos.
A la gente que amas les puedes hacer cosas peores que matarlos. Lo
normal es quedarse mirando cómo el mundo lo hace por ti. Solamente
tienes que leer un periódico.
La música y las risas te consumen los pensamientos. El ruido los
ahoga. Todos los sonidos distraen. Te duele la cabeza de respirar
pegamento.
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